La literatura portuguesa existe desde finales del siglo XII, confundiéndose casi con nuestra existencia como nación, y siendo como una especie de pórtico de la propia historia de la lengua que hablamos – una lengua que afirmó, también por la vía literaria, su expresión creativa antes incluso de haberse transformado en un idioma universal -. Me refiero a la lírica de los trovadores y al periodo galaico-portugués; a los cronistas de la historiografía medieval (Fernão Lopes, Rui de Pina, Gomes Eanes de Zurara), que escribían en un magnífico portugués arcaico y en un lenguaje vivo; al periodo de la Poesía Palaciega, que fue en toda Europa la antecámara del Humanismo y la transición entre la Edad Media y el Renacimiento.

Además de ese paseo por las escuelas, corrientes y sensibilidades culturales de Occidente, se puede decir que la Literatura Portuguesa vive de impulsos, de nombres y movimientos que construyeron, siglo tras siglo, la singularidad de su historia. El cronista Fernão Lopes, el dramaturgo Gil Vicente y el aventurero de Oriente Fernão Mendes Pinto (autor de esa obra universal que se llama Peregrinación) fueron escritores de genio que ampliaron, cada uno a su modo, el horizonte de la Literatura. Aún hay un nombre más, que se impone por el carácter absolutamente superior de su obra: Luís de Camões, «príncipe de poetas», creador máximo no sólo de un lenguaje, sino de una «lengua» literaria. Poeta de la tradición y del Renacimiento europeo, épico y lírico, autor de los más hermosos sonetos de la lengua portuguesa y de nuestra única gran epopeya digna de ese nombres (Os Lusíadas), Camões es la figura principal de toda la poesía portuguesa. Otros poetas lo tuvieron (o lo tienen aún) como modelo: Bocage, Almeida Garret, Antero de Quental, Teixeira de Pascoaes, Jorge de Sena, Eugénio de Andrade, Manuel Alegre, Vasco Graça Moura.

No resulta fácil ofrecer una panorámica, aunque sea esencial, de una Literatura que trazó su camino histórico a través de rupturas estéticas, polémicas de grupo y conflictos generacionales. Es importante subrayar que se trata de una Literatura muy portuguesa y, al tiempo, estructuralmente europea. Sufrió la influencia de los llamados fenómenos endógenos y exógenos; vivió todas las experiencias de la vanguardia, sobrevivió siempre por el camino de su propia tradición. La relación con el exterior ha resultado vital para su progreso estético, ético e ideológico. El papel de los «estrangeirados» (los que vivían fuera del país y volvían a él con las «nuevas ideas») no puede ser minusvalorado en todo este proceso histórico. Eça de Queirós, el mayor romántico portugués, escribió casi todos sus libros fuera de Portugal. El estilo, el lenguaje, el humor, la crítica de costumbres, el realismo de su ficción, opuesto al romanticismo de Camilo Castelo Branco (maestro del «regionalismo» literario – al igual que Trindade Coelho, Aquilino Ribeiro, Tomaz de Figueiredo, Vitorino Nemésio o Agustina Bessa-Luís). Por esto mismo hay quien defiende la existencia de dos «escuelas» en la prosa portuguesa: la de Eça y la de Camilo. Pero esto parece tan polémico como afirmar que, también en la poesía portuguesa, puede haber una «escuela» de Fernando Pessoa, por oposición a otras. Pessoa, todo el mundo lo sabe, es hoy un modelo de universalidad para todos los poetas portugueses, y también para el resto de los europeos. Nadie como él inventó un «espíritu» para el siglo XX. Es normal, por lo tanto, que tenga discípulos, seguidores y también epígonos en Portugal – desde los surrealistas hasta las generaciones más jóvenes -.

El caso es que existen otras voces poéticas de calidad, antes y después de Pessoa: Cesário Verde, Camilo Pessanha, Teixeira de Pascoaes; y más recientemente Rui Belo, Alexandre O’Neill, Vitorino Nemésio, Sophia de Mello Breyner Andresen, Eugénio de Andrade, Antonio Ramos Rosa, Herberto Helder, Fiama Hasse Pais Brandão… Y cada una de esas voces constituye, por sí solo, un «mundo» de alguna forma alternativo al universo pessoano. Tanto en poesía como en prosa, tres generaciones de escritores (los más mayores, los maduros y los «novísimos») aseguran el interés, la diversidad, el movimiento global de nuestra actualidad literaria. No serviría de mucho citar, aunque fuera en abstracto, nombres de poetas – hasta para no incurrir en injustas y lamentables omisiones-. Cualquier lector encontrará en las librerías portuguesas un buen rincón donde descubrir nuestra moderna poesía. No en vano, Portugal es «un país de poetas». Y también de lectores de poesía.

En cuanto a la prosa, el panorama no es mucho más diverso del que acabo de trazar. Las mismas tres generaciones que se complementan entre sí, los nombres y libros, los temas y los «imaginarios» de la ficción portuguesa contemporánea. En la novela y en el cuento. El país es pequeño, como ya se sabe. Pero no por eso ha dejado de dar a sus escritores un conjunto de experiencias de vida a las que no siempre fue posible tener acceso en los grandes países europeos. España vivió un proceso político y social de alguna forma paralelo al de Portugal, pero bastante diferente en sus momentos cruciales. Los escritores de mi país y de mi generación conocieron la dictadura de Salazar y Caetano, estuvieron en África en alguno de los tres frentes de la guerra colonial, participaron en la caída del régimen, en la revolución y en la descolonización, vivieron la radical transformación «mental» del país en que habían sido educados, asistieron al «fin de la Historia» portuguesa y al «regreso» a una Europa remota, tan inalcanzable como espejo: una Europa que, para nosotros, comenzaba más allá de los Pirineos, y en la cual España figuraba como una especie de limbo transitorio, más «insular» que peninsular. Por tanto, no faltaban temas ni motivos para las ficciones de los escritores. Suelo abordar nuestra prosa narrativa a partir de sus imaginarios «históricos» y contemporáneos: la literatura de resistencia a la dictadura, la de la guerra colonial, la de la transición para la libertad y la democracia, la de la novela histórica (desde el Romanticismo, nunca se publicaron tantas novelas históricas como en las décadas de los años 80 y 90), la de la sensibilidad insular, la que trata el mito y la identidad, la del etnofanatismo – y al fin el designado «realismo urbano total» o «postmodernismo», expresiones más o menos aplicables a la generación de los nuevos narradores que, escribiendo sobre lo cotidiano, ya no recurren a la memoria histórica ni a las dinámicas sociales anteriormente referidas como materia de ficción.

Hemos asistido a la creciente internacionalización de la Literatura Portuguesa, sobre todo de su prosa, de la que, son ejemplos paradigmáticos, además de todos los libros de Fernando Pessoa, las obras de nuestro primer y único Premio Nobel José Saramago y también de António Lobo Antunes, Miguel Torga, Lídia Jorge, Eugenio de Andrade, Sophia de Mello Breyner Andresen, Agustina Bessa-Luís, Almeida Faria, Mário de Carvalho y varios otros. Se han traducido más escritores portugueses en los últimos 25 años que a lo largo de los ocho siglos de nuestra historia literaria. Aun así, tenemos motivos para no conformarnos con la relativa «invisibilidad» de otra prosa. Si Fernando Pessoa ha contribuido a descubrir nuestra Literatura al mundo, es cierto que su exceso de culto acabó por encubrir la obra de otros poetas portugueses. En algunos campos de conocimiento y de divulgación, considero que todo está por hacer. No es comprensible que un escritor como Eça de Queirós no sea hoy un «clásico» de Europa, como Flaubert, Zola, Proust, Musil, Joyce o Galdós. Lo mismo diría de los creadores portugueses cuya obra soporta bien cualquier tipo de confrontación con la de otros novelistas peninsulares y europeos. O Malhadinhas, de Aquilino Ribeiro, Mau Tempo no Canal, de Vitorino Nemésio, Sinais de Fogo, de Jorge de Sena, O Milagre Segundo Salomé, de José Rodrigues Miguéis, Uma Abelha na Chuva, de Carlos de Oliveira, A Sibila, de Agustina Bessa-Luís , Directa, de Nuno Bragança, Alexandra Alpha, de José Cardoso Pires, Para Sempre y Até ao Fim, de Vergílio Ferreira, Trabalhos e Paixões de Benito Prada, de Fernando Assis Pacheco. Todas obras maestras del siglo XX portugués. Pero, quién las traducirá? Y quién las leerá ?

João de Melo.